Foto: gestion.pe |
El bosque tropical más grande del mundo está de nuevo en los titulares, y no por las razones correctas. Leonardo DiCaprio y Madonna están preocupados. La NASA y Amnistía Internacional están rastreando la ruina. El presidente francés, Emmanuel Macron, prometió convertir la emergencia en la Amazonía en una prioridad para la reunión de países del G7 en Biarritz y amenazó con bloquear el acuerdo recientemente firmado entre la Unión Europea y los países del Mercosur ante la negligencia de Brasil respecto a la Amazonía.
Lo que hace más falta en este panorama sombrío son las explicaciones generalizadas de por qué está aumentando la destrucción y cómo entenderla. Por defecto, se ha señalado a los sospechosos habituales del bosque: los leñadores de contrabando, los ganaderos deshonestos, los mineros de oro de pica y batea. En parte es verdad. “Muchas de las medidas de comando y control que limitaban la tala del bosque y la quema expansiva en la Amazonía ahora son más débiles”, asegura Daniel Nepstad, experto en bosques lluviosos y presidente de Earth Innovation Institute.
“Ahora que los oficiales no miran hacia la Amazonía, los propietarios rurales se sienten empoderados para talar y quemar”. No obstante, una estrategia de satanizar –en vez de ayudar– a los agricultores y los ganaderos no tiene en cuenta el panorama más amplio y aleja a aliados potencialmente valiosos para preservar la frontera suramericana.
La política ambiental de Brasil es un bosque de reglas y líneas rojas. Los propietarios en la Amazonía deben preservar el 80% de sus terrenos. Incluso en el 20% restante, reforestar sin autorización es ilegal. Los infractores pagan multas severas (aproximadamente US$ 1,200 por hectárea), cárcel, o ambas. Los procesos para obtener permisos ambientales con el fin de desarrollar la propiedad rural son irritantes, extensos y onerosos para los grandes propietarios, mucho más para los pequeños con poco capital.
Si bien es totalmente acertado castigar a los infractores severamente, para salvar el bosque se necesita mucho más. Con el fin de limitar la deforestación, honrar el ambicioso compromiso de recortar los gases de efecto invernadero que afectan el clima a la mitad de los niveles de 2005 para el 2030 y cumplir con las cláusulas ambientales del naciente acuerdo comercial de Mercosur con la UE, Brasil debe sembrar más zanahorias, no agitar más garrotes.
Eso implica tratar a los agricultores y sí, a los ganaderos, más como partes interesadas en la Amazonía que como sus depredadores. Los pastores con poca tecnología son las máquinas de trillado más formidables de los trópicos. Alimentan a su ganado con pastos desaliñados y se trasladan cuando la tierra se ha gastado, cortando y quemando hacia adentro del bosque. Esa rutina es una de las razones por las que la Amazonía tiene un área del doble del tamaño de Portugal (200,000 kilómetros cuadrados) de pastos degradados o en decadencia.
La investigación en el estado amazónico occidental de Acre muestra que empleando las herramientas correctas es posible limitar e incluso revertir la espiral de destrucción. Los pastores que mueven el ganado a través de una propiedad, protegen los pastos con árboles frutales y plantan forraje más duro que protege el suelo del sol y atrapa el nitrógeno que lo nutre han multiplicado sus ganados sin cortar más árboles. Mientras la mayoría de los agricultores de la Amazonía alimentan apenas una vaca por hectárea, los mejores granjeros de Acre ahora crían tres o cuatro.
El agrónomo Judson Valentim, jefe de estación de Acre para la compañía de investigación pastoral brasileña Embrapa, encontró que la adopción de estas técnicas, además de modestos subsidios de solo US$ 12 por hectárea, pueden lograr más que las multas y los castigos severos: animar a los pastores a restaurar sus terrenos. Las pastos restaurados generan menos deforestación. Simplemente manteniendo mejor control de los costos, digamos con control de malezas y vacunas, también se genera granjas más saludables: añade 17 hectáreas de terreno restaurado por cada granja verificada.
También hay un paralelo cercano entre la pobreza y la ganadería predadora. Los pastores más pobres, menos educados, con menos acceso al crédito y más lejos de la ciudad y los mercados, suelen tener las peores granjas. Si bien las multas pueden asustar a los grandes propietarios de tierras para que cumplan con las leyes ambientales, logran poco más que resentimiento y talas furtivas entre los pequeños. No sorprende que los pequeños agricultores y colonos en los proyectos de reforma territorial sean algunos de los mayores generadores de deforestación.
El desarrollo sostenible es hermoso, pero caro. Es mucho más fácil para los propietarios rurales de la Amazonía obtener una licencia para talar por completo su terreno que conseguir permisos para una tala sostenible. Tan solo contratar los expertos para llevar a cabo en inventario de silvicultura para la tala prospectiva de una propiedad de tamaño mediano puede costar hasta US$ 50,000, asegura Valentim. La maraña de reglas es confusa, costosa y contraproducente. “¿Tiene sentido atar a los agricultores?”, pregunta Nepstad. “Necesitamos formas de hacerlos más eficientes, menos inclinados a quemar y más a apagar incendios”.
Dichas barreras explican por qué muchos agricultores brasileños se esfuerzan tan poco por la preservación y apoyaron a Bolsonaro y su agresiva agenda para la frontera agrícola. “Tome el dinero y reforeste Alemania”, bromeó después de que el gobierno alemán, seguido del de Noruega, congelara decenas de millones de dólares en ayuda para la conservación ante el aumento de la tala del bosque. No importa que el viernes Bolsonaro haya ordenado a las fuerzas armadas combatir los incendios en la Amazonía, confirmando así la emergencia que había negado con tanta vehemencia.
La diplomacia de cortar y quemar puede alimentar la hoguera partidista, pero es descuidado desde la perspectiva de la economía. Los socios comerciales cada vez son más reacios a importar bienes de malos administradores ambientales. "Como exportador, le digo que la cosa se está poniendo difícil" dijo recientemente el mayor productor individual de soja de Brasil y exministro de agricultura, Blairo Maggi, al periódico Valor, en un ataque a la estridente retórica de Bolsonaro. Los granjeros de la Amazonía necesitan ayuda, no arrogancia.
Fuente: gestion.pe|Mac Margolis
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