El Planeamiento Estratégico es una práctica común y cada vez más necesaria en toda empresa, especialmente en aquellas que llegan a un tamaño que hace inmanejable dirigirlas “de memoria”.

Entonces, si una empresa pública o privada necesita un planeamiento estratégico, cómo no lo va a necesitar un país y, dentro de un país, un sector económico que da trabajo al 30% de su población como es el caso de la agricultura.

No obstante esta evidente necesidad, podemos decir que no existe una clara estrategia para el sector y, cada 5 años, nos lanzamos a una nueva aventura. Peor aún, dentro de un mismo período gubernamental, tenemos a diferentes Ministros y, lamentablemente, diferentes enfoques respecto de lo que debemos de hacer con el sector.

Esto no quiere decir necesariamente que los gobiernos o los ministros tengan malas ideas. A lo que nos referimos es que no se encuentran articuladas ni guardan una lógica de desarrollo que nos permita ir sumando al mismo objetivo. Por este motivo, nos urge hacer el mejor esfuerzo posible por trazar los lineamientos de una política agraria de largo plazo, que trascienda a los colores del partido político del gobierno de turno, y que sea acorde, por lo menos, con nuestra realidad climatológica, geográfica y social.

¿Por qué climatológica? Porque tenemos la bendición de contar con una enorme variedad de climas y microclimas que permiten el desarrollo de una amplia variedad de productos, especialmente en el momento que el mercado los requiere. Por ello el clima, más que una variable, es un dato que se debe de tomar en cuenta al momento de plantear la estrategia. Además, nos podemos desplazar en distintas direcciones para buscar los microclimas que necesitemos para tal o cual producto o para tener cosechas más tempranas o más tardía. Una estrategia agrícola que no tome en cuenta este factor poco bien podrá hacer por la consolidación del sector.

¿Por qué geográfica? Porque nuestra geografía es sumamente compleja (que es lo que genera los climas y microclimas) y debe de ser enfrentada con una muy bien estructurada estrategia de desarrollo de infraestructura, comenzando por las vías de comunicación. No tendrá sentido una estrategia de desarrollo agrícola que no tenga como uno de sus pilares al desarrollo de infraestructura vial que permita y facilite la comunicación con las zonas más “alejada”. Y aquí cabe precisar que las zonas que denominamos “alejadas” no siempre se encuentran lejos en distancia sino más bien lejos en desarrollo y, muchas veces, por la falta de una buena vía de acceso.

Entonces, definir una estrategia agrícola para el Perú que no contemple esta variable poco o nada podrá hacer por la inclusión social de la que tanto se habla.

¿Por qué social? Porque, con excepción de algunas irrigaciones costeras, los valles de la costa, los valles interandinos y nuestra selva, se caracterizan por la pequeña propiedad o minifundio (84% de las unidades agrícolas tienen menos de 10 has.) y por tener la propiedad de las tierras en mano de asociaciones de muchísimos integrantes. Esa es una realidad que debemos de tomar en cuenta cuando se defina una estrategia agrícola de largo plazo.

El Perú tiene una serie de características que le permiten posicionarse muy competitivamente en diferentes mercados.

• Es un importante proveedor de contra estación con el hemisferio norte. El éxito logrado por los espárragos, las paltas, los cítricos, los mangos y las uvas son una muestra de ello. Y si se ha querido conseguir cosechas tempranas o tardías, sólo ha sido necesario desplazarse a lugares cercanos pero climatológicamente distintos.

• También tenemos un creciente desarrollo en los productos orgánicos precisamente aprovechando los microclimas y posicionándonos en los nichos de mercado.

• En los commodities, donde nuestro país suele ser poco competitivo, tenemos casos como el del café orgánico en donde, la diferenciación o especialización de nuestros productos, les permiten obtener un valor muy especial y por encima del promedio de ese gran mercado.

• Y, en un mercado muy grande como el de los bananos, en dónde pudiera pensarse que no hay espacio para crecer, se viene dando un desarrollo importante con el banano orgánico.

En los últimos años hemos visto a nuestro país crecer de una manera sostenida con sus variables macroeconómicas bajo y control y hay quienes se aventuran a decir que en 5 años alcanzaremos a Chile o en 10 seremos desarrollados. Optimismos aparte, lo que debemos de pensar no es en cuanto tiempo nos vamos a demorar sino en cómo debemos de hacerlo. Mientras no haya una ruta definida, un norte común al que todos apuntemos en cada una de nuestras acciones, podrán pasar los lustros o las décadas y no llegaremos muy lejos salvo por pura suerte. Es aquí donde muchas veces se comete el error de querer “ser” como tal o cual país y se termina “haciendo” lo que hace ese país. Tremendo error. Nuestra estrategia debe de ser de acuerdo a nuestra realidad que es muy particular. No se trata de imitar a nadie. Ni a las grandes potencias ni a nuestros pares sudamericanos.

Analicemos el caso de los transgénicos. El hecho de que países con los Estados Unidos, Canadá o Australia, países claramente clasificados como desarrollados, los utilicen diariamente, no quiere decir que son aplicables a nuestra realidad de manera inmediata y sin mediar un estudio al respecto. También los utilizan Brasil o Argentina, realidades un poco más cercanas y en el mismo hemisferio. Esto tampoco es garantía de que lo debemos de utilizar a ojos cerrados. Cada uno de ellos tiene sus propias condiciones climatológicas, geográficas y sociales que, en su propia evaluación, armonizan con el manejo de cultivos transgénicos.

Con esto no queremos decir que el Perú no deba de utilizar transgénicos. A lo que nos referimos es que, en primer lugar, debe de definirse una estrategia de largo plazo con una serie de hitos que deben de irse cumpliendo para llegar al lugar que queremos llegar. Y cuando una iniciativa legislativa como la de los transgénicos es puesta a debate, las primeras preguntas deben de ser: ¿Es parte de la estrategia nacional? ¿Agrega valor al objetivo que tiene el país? ¿Es compatible con las medidas tomadas y por tomarse para llegar a nuestro objetivo? Si las respuestas son afirmativas, no quedará más que apoyar la iniciativa porque sabemos que no es una medida aislada sino es parte de una estrategia y posiblemente un hito dentro del camino elegido.

En cambio, cuando no hay estrategia como ahora, se lanzas las iniciativas legislativas y se arman apasionados debates entre los promotores y los opositores. Cada cual con sus razones, igualmente válidas, pero sin ir al tema de fondo: ¿es una ley que contribuye al cumplimiento de la estrategia nacional?

Definamos la estrategia antes de legislar sobre ella.

Fuente: Agraria.pe (Por Juan José Gal´Lino/Columnista)