La cara productiva de Ica es reconocida y valorada en todo el mundo. La región tiene lo mejor de los mejor en todos los ámbitos de la economía y los negocios: una agricultura exportadora que abastece a los más exigentes mercados alimenticios del mundo, una minería productora de cobre, oro, plata y hierro de talla internacional, una pesquería moderna y sostenible que incorpora año a año más productos de valor agregado para consumo humano, una industria básica y manufacturera altamente competitiva y tecnificada, un comercio vibrante que atrae a las más importantes cadenas de supermercados y tiendas por departamentos del medio, un turismo como el de Paracas y Nazca que atraen visitantes de todo el mundo, así como modernas instalaciones de embarque de gas natural y otros hidrocarburos, etc.

Por todo ello – precisamente – Ica es una de las regiones de mayor crecimiento económico del país, y la primera en ostentar el envidiable atributo del pleno empleo. En efecto, aunque algunos no lo quieran reconocer, no solo los iqueños tienen cada vez más y mejores trabajos, sino que muchos migrantes de Huancavelica, Ayacucho, Apurímac, y de las más remotas regiones de la Sierra y Selva del país, han encontrado en Ica un lugar para vivir y trabajar, y así lograr el ansiado bienestar para ellos mismos, y para sus familiares.

Sin embargo, la cara social de Ica deja mucho que desear. La salud pública es de muy mala calidad. Los hospitales y centros de salud lucen bien, pero la atención a los enfermos es por demás deficiente. Las postas médicas de muchos centros poblados de la región no atienden en horarios nocturnos; como si las enfermedades se pudieran programar.

El Gobierno habla mucho de una gran cobertura del servicio de agua y saneamiento en el interior del país. Sin embrago, la mayoría de los distritos de Ica – desde Chincha hasta Marcona – carecen de agua potable las 24 horas del día, y ni qué decir de las redes de desagüe y sistemas de tratamiento de aguas servidas.

La educación pública no es – para nada – buena, o al menos, del nivel que merecen la niñez y la juventud iqueña. No tanto en materia de infraestructura, pues la mayoría de los colegios lucen razonablemente bien, sino por la calidad misma de la educación que realmente deja mucho que desear. Es notoria la desmotivación del profesorado, ciertamente producto de las bajas remuneraciones y casi nulas oportunidades de mejoras profesionales, pero lo concreto es que la educación en Ica está mal.

Por último, Ica no se salva de la inseguridad y la delincuencia que campea a diestra y siniestra, a lo largo y ancho de todo el país. Al igual que los servicios de salud y educación; la policía, así como la fiscalía y el poder judicial, parecen haber perdido la mística de servicio que tanto se necesita en el sector público para servir – valga la redundancia – a la ciudadanía.

En síntesis, el diagnóstico está clarísimo. Ica tiene dos caras contrapuestas; una cara productiva y otra social. Una exitosa, y la otra fallida. La cara exitosa está del lado privado, y la cara fallida del lado público.

El desafío de Ica consiste en sostener el gran dinamismo de su economía, pero – más importante aún – emprender una gestión política eficiente y honesta que atienda de inmediato las grandes carencias sociales de la región.