“Nuestro querido General Velasco”

Por: Alfredo Bullard

Una y otra vez, en sus campañas electorales Ollanta Humala lo recordó con esa frase. Lo calificó como “un auténtico nacionalista” y sentenció que “muchas de sus obras revolucionarias quedaron inconclusas”.

Ya de presidente, escarapeló el cuerpo de más de uno con frases o actos de admiración, como cuando le entregó a Hugo Chávez el libro “La voz de la revolución”, una colección de discursos de Velasco.

Pero hace solo unos pocos días nos hizo recordar al fallecido militar de otra manera. Humala sugirió que el Tribunal Constitucional debía de abstenerse de resolver ciertos casos importantes, en clara alusión a la sentencia que se venía sobre la obligación de pagar los bonos de reforma agraria. Y la reforma agraria es el regalo más pesado y vergonzoso de la revolución velasquista. Allí tuvo que recordar no a un idealizado revolucionario, sino al dictador arbitrario que avasalló los derechos ajenos y tomó por asalto lo que no era suyo.

El presidente tiene hoy que sufrir, en carne propia, parte de la herencia dejada por su admirado paladín. Tiene que pagar una deuda que, sin perjuicio de que se generó usando el poder usurpado del Estado, no fue más que un vulgar robo y a quienes la perpetraron no hay otra salida que considerarlos simples ladrones. Una pena que los perpetradores de tamaño despropósito no lo hayan pagado con su libertad y con su patrimonio. Seremos los contribuyentes peruanos los que pagaremos una deuda que nos es ajena, porque fue causada por un Estado que, aunque ilegítimo, termina siendo nuestro.

Pero Humala debería darse cuenta de que ese no es el mayor pasivo dejado por la reforma desarrollada por su ídolo. Si hiciéramos una competencia de cuál ha sido la peor política pública aplicada en el Perú, la reforma agraria se llevaría, con creces, el primer puesto. Incluso le gana a los nefastos años del primer gobierno de Alan García.

No solo destruyó el agro y lo retrocedió a la prehistoria. Destruyó por décadas toda la confianza que podría existir para invertir en virtualmente cualquier negocio. Destruyó esa confianza que nos ha tomado tantos años y tanto sacrificio recuperar. Dividió a los peruanos. Reforzó el resentimiento y el odio. Engrosó las cadenas que nos atan a nuestros prejuicios.

La paradoja para el esposo de Nadine nace en sentimientos de admiración enfrentando la razón. En eso es cierto lo que él mismo dijo. Muchas de la obras de la revolución de Velasco quedaron inconclusas. Por ejemplo, quedó inconcluso el pago del precio de lo que se confiscó.

Nunca se pagará realmente esa deuda. Porque incluso si algún día se pagara lo que el Tribunal Constitucional ha ordenado, no compensaría en nada el daño que se ocasionó. Pero peor aún, la deuda es mucho mayor y tiene que ver con haber convertido las esperanzas de millones en frustración y malos recuerdos.

El campo quedó agobiado, incluso hasta nuestros días, por la falta de capital, de tecnología, de capacitación. Fue desarticulado y abandonado a su suerte. El eslogan revolucionario “Campesino, el patrón ya no comerá más de tu pobreza” fue completado por la realidad por “Ahora será la pobreza la que comerá del campesino”. “La tierra es de quien la trabaja”, nos decían. Solo que sin inversión esa tierra no produce nada. Y si no produce nada en los hechos, la tierra no es de nadie.

Así que, aunque no lo creamos, la mayor deuda de la reforma agraria no es con los antiguos propietarios. La mayor deuda es con los pobres, en especial con los campesinos, cuyo futuro fue expropiado y enterrado por una demagogia sin sentido ni destino.

A los tenedores de bonos al menos les queda la esperanza de cobrar algo algún día. Pero la deuda con los pobres no será pagada nunca. Ojalá Humala aprenda a recordar a Velasco por lo que debe recordársele.








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