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El coronavirus enseñó que el país debe sembrar lo que come
  • El coronavirus enseñó que el país debe sembrar lo que come

    Foto: semanariouniversidad.com

    Alexander Cambronero es de Pital y se dedica a comprar piña para exportar y para producir jugo industrialmente. “Tengo que sacar 60.000 piñas de los agricultores que no se las recibieron para exportación; los precios están cayendo, los pedidos han bajado en un 50% y más”, su voz resuena en un audio que circula entre productores agrícolas.

    El intermediario esperaba que este fuera el año del “repunte de la piña” pues las hectáreas se han reducido; pero con la crisis provocada por la pandemia de COVID-19 el consumo y los pedidos para exportación se han reducido dramáticamente.

    Como Cambronero, productores, intermediarios y exportadores de frutas y flores buscan cómo vender sus productos pues, a raíz de la emergencia, los compradores usuales están rechazando parte de los cargamentos. Empresas privadas están coordinando para llevar frutas que los agricultores dieron por perdidas a las familias más necesitadas; en Cartago, los productores de flores botan más del 90% de la cosecha.

    La dimensión del impacto de la pandemia en el comercio internacional es aún difícil de visualizar. La Organización Mundial del Comercio calcula que durante el 2020 las exportaciones de nuestra región podrían disminuir entre un 12,9% y un 31,3% y las importaciones entre un 22,2% y un 43,8%.

    Mientras tanto, ante los temores causados por la pandemia, el mercado local reaccionó con un alza en el consumo de arroz y frijoles, ambos productos que se importan, en particular estos últimos. A la vez, el cierre de escuelas, restaurantes y hoteles provocó una baja leve en las ventas de verduras, frutas y legumbres, pero el producto se sigue moviendo.

    Ante este panorama, tanto el jerarca del agro como expertos en el tema, productores y familias campesinas coinciden en que la crisis evidencia la importancia de fortalecer la producción para el consumo local. Así, esperan que el país cambie de rumbo y que se establezcan medidas para garantizar que en adelante haya comida disponible para el consumo básico, independientemente del mercado internacional, y que a la vez los agricultores tengan cómo colocar el producto.

    Renato Alvarado, Ministro de Agricultura y Ganadería, opinó que es hora de volver a la tierra y reestructurar la fuerza del sector agropecuario (ver entrevista: “País debe producir al menos el 50% de lo que consume”), revirtiendo las medidas que han debilitado la producción para consumo local, impulsado la importación de granos básicos y privilegiando las exportaciones de productos no esenciales conocidos como “postres”.

    Luis Felipe Arauz, quien ocupó el mismo cargo durante la administración Solís (2014-2018), ahora Decano de Ciencias Agroalimentarias de la UCR, dijo que esta crisis muestra la “importancia de la producción nacional desde un punto de vista de dinamizar las economías rurales y también desde el punto de vista de la alimentación de la gente”.

    El país produce buena parte de las frutas, verduras, lácteos, pollo y huevos que consume; pero estamos “fallando en los granos básicos” pues solamente producimos cerca de un 40% del arroz y el 25% de los frijoles del consumo total, repasó.

    El exministro recalcó que la importancia del agro no solo radica en que lleva comida a las mesas costarricenses, sino que es el sector “más encadenado hacia adelante y hacia atrás”. Es decir, el que requiere de mayores encadenamientos productivos con otros sectores para funcionar y que, por tanto, da empleo a más de 500 mil costarricenses. “Quizá el sector exportador médico da trabajos muy bien pagados, pero no son medio millón de trabajos”, puntualizó.

    Exigencias del sector

    La Cámara de Exportadores de Costa Rica (Cadexco) reportó en días pasados una afectación importante por la contracción de los mercados y las dificultades logísticas que implica mover productos cuando escasea el transporte internacional.

    “Quizá el sector exportador médico da trabajos muy bien pagados, pero no es medio millón de trabajos”.

    Renato Alvarado.

    En respuesta a la situación, pidieron al Gobierno garantizar el tránsito de medios de transporte de carga, articular con las aduanas de la región y las oficinas facilitadoras del comercio para facilitar ese transporte, así como implementar medidas de control de inflación como cambiar la política monetaria a la “defensa de un tipo de cambio real del dólar” y que se reduzcan temporalmente las contribuciones fiscales de las empresas.

    Al mismo tiempo los productores locales de hortalizas informaron que el impacto de la pandemia no ha sido tan fuerte como para las grandes corporaciones exportadoras, aunque es más frágil pues lleva tiempo “en abandono”. El secretario general de la Unión Nacional de Productores Agropecuarios Costarricenses (UNAG), Jose Oviedo, comentó que “la producción está normal, pero el sector está sin dinero para sembrar. Siembra, vende alguito, hace dinero y vuelve a sembrar”.

    Añadió que al estar cerradas las escuelas, hoteles, restaurantes, bares y algunos mercados, las ventas han caído un poco. “Visualizamos que si el Gobierno no reactiva el sector agroalimentario pronto, incluyendo pescadores, agricultores y porcicultores, a corto plazo va a haber escasez de mercadería porque el sector agro no está siendo tomado en cuenta en nada”.

    Francisca Inés Wilson, campesina de Valle Bonito de San José de Upala e integrante de la Red de Mujeres Rurales, dijo que las políticas estatales son insensibles a las mujeres campesinas y no contempla la forma en que aportan a las economías familiares.

    Las políticas públicas sobre agricultura se han enfocado en las grandes empresas productoras de monocultivos y no han atendido a las mujeres campesinas y sus familias, repasó Wilson. Ella cree que el impacto de la crisis será más profundo y es urgente tomar medidas, entre las que sugirió crear un banco de tierra para las mujeres y exonerar los impuestos territoriales a las familias campesinas.

    Oviedo opinó que, aunque los jerarcas ahora reconocen la importancia del agro en general, se están enfocando en las grandes corporaciones y las familias campesinas siguen abandonadas. “No entienden que hoy la producción alimentaria es una necesidad y es hora de que se tomen decisiones impostergables para que de una vez por todas y a partir de esta crisis retomemos la reestructuración y fortalecimiento de la seguridad alimentaria que necesita nuestra población”, dijo.

    Oviedo reclamó que las medidas que están planteando las autoridades son insuficientes para resolver la situación de las familias campesinas, pues han sufrido debilitamiento no solo por el COVID-19, sino por las “políticas neoliberales” que se han aplicado al agro en las últimas décadas.

    Este sector campesino solicitó a las autoridades medidas para poder responder a las demandas alimentarias generadas por la pandemia. Entre otras, solicitaron una inyección de recursos provenientes de la suspensión del pago de la deuda, la eliminación del IVA y la facturación electrónica a la actividad agroalimentaria; así como la compra de deuda del sector agropecuario y de las fincas que han sido rematadas y adjudicadas por el sistema financiero nacional para dedicar a la siembra para producción local.

    Tiempo de apostar por la autosuficiencia

    En un escenario que resalta la importancia de la agricultura, algunas familias y empresas antes dedicadas al turismo han empezado a sembrar para producir comida y generar algunos ingresos, echando mano de la agricultura orgánica.

    Así lo confirmó Eduargo Agüero, profesor del Centro Nacional Especializado en Agricultura Orgánica del Instituto Nacional de Aprendizaje, que ha recibido consultas en las últimas semanas de quienes piden apoyo para profundizar esta transformación en su negocio.

    “El turismo está en temporada cero, entonces algunas empresas que tienen empleados alumnos nuestros están reinventando el espacio productivo de la huerta ampliándola para producir comida, manteniendo a los empleados y dando un poco de liquidez a las economías locales”, comentó.

    Este es el caso del Hotel Belmar, ubicado en Monteverde, región que depende casi exclusivamente del turismo. Un tiempo atrás, la familia Belmar había definido un espacio para una huerta basada en agroecología y en semanas recientes, frente al cierre del hotel, han profundizado el trabajo que le dedican. Ahora no solo producen verduras y frutas para venta y autoconsumo, sino que “la finquita” genera huevos, queso, cerveza y pan.

    Como la producción es agroecológica, los circuitos de producción son cerrados, dice Pedro Belmar. “La huerta provee para la cocina del restaurante, que luego genera compost para abonar o desechos orgánicos que se mandan para alimentar a las gallinas, que producen huevos para la cocina, la cervecería usa cebada y los desechos se le dan de comer a las vacas, que nos dan queso y así recirculan los nutrientes”, explica.

    Esta forma de producción, dice Agüero, es la mejor apuesta en las condiciones actuales pues permite que los proyectos productivos sean autosuficientes y no dependan de insumos importados, como sí lo hace la agricultura industrial.

    “Si seguimos bajo el paradigma del modelo agroindustrial, caemos en el mismo juego que nos ha llvado a la crisis, que es la dependencia de insumos externos. La agroecología o agricultura orgánica busca la autosuficiencia, que podamos autoabastecernos, reciclando los nutrientes”, explicó.

    Agüero concluyó que la producción industrial ha “devastado la soberanía alimentaria” pero como se ha fomentado tanto, ahora que está en problemas se evidencian sus consecuencias. “Por ejemplo, las flores. El mundo no come follaje, a uno metido en la casa qué le importan los helechos, uno en la casa con costos mantiene una suculenta. A la producción de follaje le va a tocar reinventarse, arrancar todo y ponerse a sembrar frijoles y papas”, dijo.

    Fuente: semanariouniversidad.com
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